La Promesa del Espíritu Santo

Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. – Juan 14:16-17 (RVR1960)

Pentecostés marca un momento crucial en la historia del cristianismo. Es el día en que el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos de Jesús, capacitándonos para llevar a cabo la Gran Comisión. Este evento no solo cumplió una promesa hecha por Jesús, sino que también inauguró una nueva era en la relación de Dios con su pueblo.

1. La Promesa Cumplida: Jesús prometió enviar al Consolador, el Espíritu Santo, para que estuviera con sus discípulos. Esta promesa se cumplió en Pentecostés, cuando el Espíritu descendió sobre ellos en forma de lenguas de fuego. Esta es una confirmación de que Dios cumple sus promesas en su tiempo perfecto.

2. El Poder del Espíritu: El Espíritu Santo no solo es una presencia reconfortante, sino también una fuente de poder. Los discípulos, una vez llenos del Espíritu, fueron transformados y capacitados para predicar el evangelio con valentía y poder. Hoy en día, el Espíritu Santo nos capacita de la misma manera para llevar a cabo la obra de Dios en el mundo.

3. Una Nueva Comunidad: En Pentecostés, personas de diferentes naciones y lenguas fueron testigos del poder de Dios. El Espíritu Santo derribó barreras culturales y lingüísticas, creando una nueva comunidad de creyentes unidos en Cristo. Este evento nos recuerda que el evangelio es para todas las personas y que el Espíritu Santo une a todos los que creen en Cristo en una sola familia.

Oración:

Padre celestial, te damos gracias por el don del Espíritu Santo, quien nos consuela, nos guía y nos capacita para llevar a cabo tu obra en el mundo. Ayúdanos a estar siempre abiertos a su dirección y a ser instrumentos de tu amor y gracia dondequiera que vayamos. En el nombre de Jesús, amén.

En Pentecostés, recordamos y celebramos el don del Espíritu Santo, quien nos capacita para vivir como discípulos de Jesús y testigos de su amor redentor. Que podamos vivir cada día en la plenitud del Espíritu, llevando esperanza y transformación a un mundo que tanto lo necesita.

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